Diferente al resto

Siempre me he sentido diferente al resto
como si encajara en todos lados y a la vez en ninguno.
Como si hubiese nacido en la época equivocada.
Bueno, me tocó la era sin sabores,
donde importa más el qué dirán que cómo la gente quiere.
Donde los hombres se quejan de las mujeres,
pero no se detienen un segundo a ver de qué están hechas en realidad.
Ya no hay cortejos ni caballeros.
Se extinguieron las cartas de amor,
las miradas sinceras,
los besos largos y apasionados,
la admiración por el otro
y los actos de locura por amor.
Los detalles pasaron a ser parte del protocolo
y no lo que nace del corazón.
Ya muy pocos se esfuerzan por provocar sensaciones diferente
a la persona que tienen al lado.
Los sentimientos se expresan a través de una pantalla,
sin mirarse a los ojos, sin tocarse,
sin poder detallar a la otra persona.
Lo peor, nos adaptamos a actuar así.
Habituados a mentir, para ahorrarnos el problema.
Nos acostumbramos a estar acostumbrados,
a no atrevernos a sentir como la piel se eriza
cuando ves a la persona que te gusta,
se nos olvidó lo que es tener el corazón a mil por hora de la emoción.
Me niego a ser así, a no sentir nada, a quedarme con los latidos confiables.
Me rehuso a tomar la salida fácil.

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